¿Y si te digo que te echo de menos?
Bueno, no a ti. A la idea, al concepto, al recuerdo que tengo de ti (y que siempre pierdo).
El ser humano es masoquista por naturaleza, que nadie os diga lo contrario. Somos especialistas en regodearnos en la miseria, en revolver los recuerdos que nos hacen daño, en ponernos canciones tristes y cantar y llorar a grito pelado. Cuántas veces habremos mirado melancólicos cómo llueve afuera. Sólo nos falta el color sepia y el humo de un cigarro a medio fumar que se consume en el cenicero que reposa al lado de nuestros calcetines de lana, mientras damos vueltas a qué hemos hecho mal en la vida, el trabajo, aquella relación que nunca funcionó o el gato que nunca llegamos a acoger.
Y si a esas tendencias pseudo depresivas les sumamos una historia amorosa que terminó sin que sepamos cómo ni por qué, tenemos para meses (y meses, y meses) de preguntarnos «¿por qué se ha ido?» o el clásico y flagelante «¿no soy lo suficientemente bueno/a para él/ella?«.
Bueno, amigos y amigas, tengo una mala noticia para vosotros y vuestras ganas de hundiros en la miseria: sí, somos lo suficientemente buenos. Y mejores. Y él -o ella- se ha ido porque es un hijo -o hija- de la gran puta que prefiere huir a deciros a la cara que no le gustamos tanto como para aguantar esas pequeñas manías tan nuestras como comernos la pizza empezando por el borde. Ni quiere que nos enfademos y le gritemos, porque, para qué negarlo, es mucho más fácil y práctico follar y largarse que aguantar el chaparrón y reconciliarse.
No temáis, ahí fuera hay alguien para nosotros, dispuesto a aguantar ese chaparrón sujetando el paraguas de la paciencia. Y encontrará adorable que os comáis la pizza al revés y que cantemos una canción de Scorpions llorando como unos descosidos. The best is yet to come.
C.