Una vez me preguntaron qué es lo que me gusta de escribir. No supe por dónde empezar: A veces simplemente siento la necesidad de sentarme delante de un teclado y soltar todo lo que tengo en la cabeza. Vaciarme. Volcar en un folio en blanco todo lo que me ha rondado el cerebro cuando me he ido a la cama sin demasiado sueño. Otras veces arranco sin ganas y me veo arrastrada a un mundo que he creado yo. En el que todo es lo que vaga por mi mente, mis palabras se convierten sin pensarlo en historias coherentes y eso, joder, eso para mí es magia.
Pero sin duda, lo que más me gusta son mis personajes. Cada uno de ellos tiene una pequeña parte de mí, de mi personalidad o de mis amigos. Otros me han enamorado como lo hizo el chico que cruzó una mirada conmigo en el metro, un fin de semana que bajé a Madrid. Otros se llevan mis peores defectos o mis pequeñas virtudes, y hay algunos que dicen las cosas que yo me he callado o que nunca me atrevería a decir.
¿Que qué es lo que me gusta de escribir? Quien soy yo cuando lo hago.
-No, no –Chasqueó la lengua-. Muchas preguntas. Te toca a ti contarme algo.
-No soy una persona interesante –Fruncí el ceño-. ¿Qué quieres saber?
-¿Por qué estás tan… amargada?
-Perdona, ¿qué dices? –Pregunté, ofendida.
-No, no me malinterpretes. Tienes ese aire de persona a la que le están superando las circunstancias. Ese aire de persona que carga con millones de preocupaciones a la espalda y luego no puede andar derecha. ¿Me equivoco?
Lo pensé un momento y después me llevé la mano al pelo para alborotarlo, en un gesto automático que aún no había perdido a pesar de que ya no había melena que alborotar. Dejé caer la mano sobre la barra de nuevo.
-No. Supongo que no.
C.